Los cambios socio‐políticos causados por la Revolución Francesa muy pronto se cambiaron en feroz persecución religiosa. La Constitución Civil del Clero obligaba a los sacerdotes a prestar el juramento de fidelidad. Quien lo rechazaba debía abandonar Francia y los ciudadanos estaban obligados a denunciar a aquellos que se escondían. Se desencadenó así una feroz cacería. Las prisiones se llenaron y se dispuso deportar a los refractarios hacia la Guayana o a Madagascar. De ese modo comenzó el triste viaje de cada lugar de Francia hacia los puertos de Burdeos, Blaye y Rochefort, a pie o en carretas tiradas por bueyes, entre insultos y violencias brutales. Los deportados se veían obligados a pasar a través de la multitud exaltada y blasfema, que bailaba y remedaba de modo obsceno las ceremonias sagradas, disfrazadas con los ornamentos litúrgicos. A Rochefort llegaron 829 prisioneros, que fueron amontonados en los pontones, viejas naves en desguace, que servían de depósito, hospital y prisió...